Lamiéndose las heridas, después de la última rendición ante Cristina Kirchner, gobernadores y dirigentes del peronismo exploran los primeros movimientos para reinventarse desde el llano. La única certeza es que crecen las divisiones internas y el pase de facturas por la misión fallida de pulsear con la Presidenta cargos legislativos. Ella impuso su voluntad en un almuerzo de «camaradería» el miércoles pasado, sin que la prometida rebelión asomara.
“No vayas, te van a cagar”, le había insistido Juan Manuel Urtubey a Eduardo Fellner, el hombre impulsado por la mayoría de los mandatarios peronistas para presidir la Auditoría General de la Nación (AGN). Cristina había llamado uno a uno a sus colegas para romper la conjura, pero el jujeño confió en la palabra empeñada y fue. Fue a la hoguera.
Esa comida en la Casa Rosada trajo coletazos. El grupo de los “peronistas puros” recibió el primer golpe y, después de la catarsis, trazó objetivos preliminares: ordenar sus territorios -sobre todo los que ganaron por poco o perdieron- y volver a hablar en enero, cuando baje la espuma y esté Mauricio Macri en la Casa Rosada.
Allí se aglutinan viejos y jóvenes caciques, cuya misión compartida es el deseo de quitarse el esmalte K y renovar la estructura. Encaran, por lo bajo, charlas con Sergio Massa. No todos los que allí tributan coinciden por completo y una diferencia clave radica en los tiempos. “Al chancho no lo degollás en medio de la noche porque pega un grito y despierta a todos”, predica un gobernador, de los que pide ir paso a paso.
El menos sutil de esa usina es Urtubey, al que algunos consideran demasiado “impulsivo” e “individualista”. Ya planteó la idea de dirimir el liderazgo en elecciones partidarias a través del voto directo de los afiliados, en mayo. Entre los que adscriben al ala clásica están Fellner, que deja la gobernación en Jujuy pero sigue siendo formalmente presidente del PJ; Gioja y su sucesor, Sergio Uñac, y otros dirigentes, como el senador santafecino Omar Perotti y Diego Bossio. También orbita cerca una tanda de mandatarios entrantes, como la fueguina Rosana Bertone, ahijada política del fallecido operador Juan Carlos Mazzón, y, aunque en un juego más solitario, el tucumano Juan Manzur.
En el otro rincón, los planetas se reagrupan en torno a Cristina. Jorge Capitanich tomó como nadie la bandera K dentro del PJ y pretende para sí un rol protagónico, pero enfrenta el desafío de sobrevivir desde la intendencia de Resistencia. Su heredero en Chaco, Domingo Peppo, no es de su riñón y es un enigma cómo se moverá. Se pliegan Daniel Scioli y Sergio Urribarri, que dejan sus gobernaciones, y Alicia Kirchner, electa en Santa Cruz.
El entrerriano presidirá la Cámara de Diputados de su provincia, para custodiar a su delfín Gustavo Bordet, al que le colocó a su hijo Mauro de ministro de Gobierno. Y el ex motonauta parece estar surfeando los crueles efectos de la derrota. Un grupo de intendentes bonaerenses lo alienta para que lidere el peronismo provincial. “No lo descartes para el nacional”, susurra un dirigente que lo ve más cristinista que nunca.
De hecho, los “peronistas puros” destinan más reproches hacia Scioli y algunos de sus pares que a la propia Cristina. En la cita de despedida, el ex candidato presidencial no atinó a defender la postura convenida con sus pares. A las actitudes complacientes con la Presidenta de Capitanich y Urribarri, se sumaron los elogios del riojano Luis Beder Herrera (“Cristina, ni Menem nos dio tanto”, le agradeció) y los gestos de obediencia del bonaerense. “Daniel, cerrá la puerta”, le pidió ella, ante el descuido de mozos que entraban y salían con bandejas cargadas.
Una teoría que se expande es que Scioli habría pautado la movida con Cristina. En criollo, sabía que Fellner iba directo a la parrilla y no le avisó para evitar las llamaradas. El acuerdo que sospechan va más allá de un puñado de cargos y se ancla en 2017.
En las idas y vueltas, un interrogante es Gildo Insfrán, al que la “Liga” registraba en su tropa. Venía dando señales. Apenas trascendió que Aníbal Fernández se postulaba para ir a la AGN, en ronda de consultas, Insfrán mostró discrepancias. “No me parece mal Aníbal. Es jetón, necesitamos a alguien así en la Auditoría”, explicó, para sorpresa de varios. Esquivo, concluyó: “Yo soy peronista”. Nadie entendió de qué lado estaba.
La pelea en el barro peronista aleja el sueño de la unidad. Sergio Massa, en diálogos subterráneos que confirman desde el PJ, lanzó su mensaje: “Ustedes ordénense y después vemos”. Está claro: nada tiene que ganar metiéndose en ese lodo.
Si Cristina es una cuña en la reunificación del PJ, Macri es otra. El riojano Sergio Casas fue maldecido por sus colegas por haber negociado con el presidente electo. Y miran de cerca a Misiones. El nuevo gobernador, Hugo Passalacqua, tributa a Carlos Rovira, uno de los socios fundadores del Frente Renovador de la Concordia. El espacio fue hasta ahora un aliado K incondicional, de la mano del saliente Maurice Closs. Pero emerge un giro: Rovira pidió encolumnarse con el macrismo, y esmerila aún más al oficialismo antes del recambio.