Si, se sabe. Se escucha todos los días. “Los pueblos que se pasó” el movimiento feminista. Mil y un reclamos se repiten por la “injusticia” de algunas generalizaciones; y por si no faltaran reproches se incrimina a las mujeres -a todas- por el “mal uso” de banderas que habrían tenido objetivos distintos. Se sabe. Se escribe todos los días. Ahora todo el mundo sabe lo poco que cuesta la multa que rige por falsa denuncia. “Una joda”, dictaminan.
Mientras, a todo esto, se sigue lidiando cada día con el patriarcado que no murió el día que así lo postuló Alberto Fernández. Se expresa en la violencia, en las muertas que siguen siendo tantas como antes, en la desaparición de políticas públicas, en la descalificación de cualquier reclamo, en el sabor cotidiano de la derrota.
El patriarcado atendido por sus propias víctimas. Las mujeres, denostando a las mujeres y sus conquistas. La senadora santafesina Carolina Losada, con bendición del ministro de Justicia y retrógrado sin disimulo, Mariano Cúneo Libarona, defiende su proyecto para sustituir el artículo 245 del Capítulo II del Código Penal, que contempla el delito de la falsa denuncia, por otro que impone prisión de uno a tres años. Considera agravante que esas falsas denuncias refieran a casos de violencia de género ante lo cual el castigo impondría penas de tres a seis años de prisión. “Proponemos una escala penal aún más gravosa, en caso que la falsa denuncia sea por delitos de violencia de género, abuso o acoso sexual y violencia contra niños, niñas o adolescentes”, se expresa en el proyecto en el que conviven radicales y libertarios, entre los que figura la entrerriana Stella Olalla.
Volver al silencio, a la cultura de la violencia “doméstica”, a la descalificación de la voz de la mujer; poner otro escollo, otro miedo, para atreverse a salir de los golpes. ¿O se pretende que las mujeres víctimas de violencia, que han recorrido en vano comisarías, juzgados, defensorías confíen en la Justicia? ¿O se pide que en medio de la opresión salgan en busca de testigos amedrentados con ir a prisión?
Hay una “batalla cultural” en curso, la que postula el Presidente todos los días. Cuando afirma que la violencia de género no existe. Y así se votó en la ONU, contra las políticas de prevención de esa violencia contra mujeres y contra niñas y niños. Losada, Olalla hacen su aporte: abonan las verdades instaladas que se padecen por los siglos de los siglos. Esas verdades comentan que hay mujeres que mienten, que pretenden venganza, que buscan separar a sus hijos de los padres. Y bien se puede, en esta campaña “antifeminista” restárseles espacio a las mujeres en la representación política ganada.
Bien puede pasar. El silencio ayuda. El Gobierno pretende dar otro paso en su batalla cultural. Bien pueden las mujeres ser representadas exclusivamente por varones que relativicen sus testimonios, que digan lo que les conviene, que saquen sus estadísticas acerca de la violencia. O que incluso pontifiquen recriminandole a la ola violeta no haber dado las luchas que han faltado. “Dónde están las feministas” cuando pasaba tal o cual cosa, vociferan quienes no se han conmovido más que por su propio ombligo. Se puede incluso desterrar de toda evocación pública a las mujeres que ha sembrado la historia, derribando el Salón de Mujeres del Bicentenario para reemplazarlo por el Salón de los Próceres Argentinos donde no quedó ninguna. “Karina en persona se ocupó de este tema”, contaba conmovido un libertario luego de conocida la decisión.
La batalla es cultural. El silencio suma. Se impulsa ahora el fin de la paridad de género en el Congreso de la Nación. Se ocupó de informarlo el área de Comunicación del gobierno de Milei. Porque la batalla es cultural y eso quiere decir, siempre, que tiene impacto en la vida real y concreta, en la violencia de todos los días.
Manuel Adorni publicó en X: “La Argentina no admite prerrogativas de sangre, ni de nacimiento, ni de religión: todos sus habitantes son iguales ante la ley. Por eso, el Gobierno Nacional dispondrá las medidas necesarias para eliminar cualquier política ideológica y discriminatoria que habilite el ingreso a los empleos públicos por criterios que no sean específicamente los referidos a la propia idoneidad de las personas. Fin”. La batalla es cultural y recurre a todas las herramientas. Por eso el “segundo” de Adorni, Javier Lanari, retuiteó y celebró: “Motosierra a los cupos ideológicos y discriminatorios en el Estado. Ningún aparato reproductor puede definir las capacidades y la idoneidad de las personas”.
El debate parece que tendrá un primer escalón en la disputa por derogar el cupo laboral trans. Será un paso más luego de la derogación del DNI no binario que dispuso Milei para satisfacción de sus tropas en redes sociales. Pero el paso siguiente será poner en discusión la paridad de género ganada en 2017 por una sororidad entre mujeres de toda la gama de partidos que está lejos de poder repetirse en el presente.
Hay sin embargo límites. Expresiones que insinúan decir “hasta acá”, aun en el mundo del oficialismo y sus aliados. “La ley de paridad es igualdad”, respondió, breve, la diputada nacional del PRO, Nancy Ballejos, ante la consulta de Página Política. No ahondó en más argumentos. Pero alcanzó su firmeza al decir: “Argentina fue y es pionera en cuestiones de igualdad y abordaje integral de la lucha contra la violencia contra las mujeres. Con la ley de paridad las mujeres pudimos incrementar nuestra participación en el Congreso. Pese a eso seguimos en minoría de representación. Sería un retroceso fenomenal”.
Retrocesos. Fenomenales retrocesos los que protagonizan mujeres y diversidades. Mujeres en su casa, violencia doméstica, permanecer, respirar. O atreverse a denunciar, confiar en la Justicia. Mujeres a la casa. Un Estado de varones, descalificando políticas públicas del propio Estado. Políticas públicas descalificadas por ineficaces. Y por ineficaces desaparecen, sin más. Retrocesos. Desandar los pueblos que se han pasado. Volver. Retroceder. Hasta que algo lo indique. Hasta acá.
Fuente: Página Política