Por Eduardo Medina
facebook.com/Eduardo1983
Las elecciones legislativas de medio término pasaron y, más allá de la certeza de los números finales, quedaron dudas, interrogantes y algún que otro sabor a “momento histórico” o “etapa crucial” de nuestra joven historia, tanto nacional como provincial.
Tal como ocurrió con las PASO de 2019, los números de esta primera vuelta, que supuestamente definía “internas” partidarias, arrojaron desde el vamos los resultados casi definitivos de lo que se estaba disputando, es decir, de las bancas en el Congreso de la Nación. Las PASO fungen como grandes y costosas encuestas, de resultado vehemente y condición indiscutida. Hace dos años, esas “encuestas” horadaron fuertemente la presidencia de Mauricio Macri hasta la llegada del cambio de mando, actuando tácitamente como inicio formal del periodo de transición. Por lo que se jugaba ahora, no tuvieron dicho efecto (amagaron con tenerlo), pero permitieron que los partidos reconsideraran sus estrategias, corrigieran errores, mejoraran hasta cierto punto su performance primera.
La pregunta que cualquiera se hace no es tanto para qué sirve dicha instancia, sino ¿a dónde están las internas partidarias que las PASO intentaban definir? Quizás en 2009, cuando este sistema se desarrolló, aún quedaban algunos vestigios de política interna partidaria. Pero hoy sabemos que ya no es tan así, que todo se define mediante acuerdos superestructurales y que luego, un “como si”, termina de conformar el cuadro de situación. Puede hacerse un apartado con lo que sucedió al interior de Juntos por el Cambio en Entre Ríos, en donde Galimberti y Frigerio parecieron confrontar, pero en realidad solo terminaron de legitimar el orden que ya estaba pactado, amén de algunas expectativas de ensueño que ciertos correligionarios pudieran tener. La lectura local de las PASO no fue la del “triunfo del porteño sobre el intendente de Chajarí”, sino la de “Frigerio sobre el peronismo”.
Recordemos que parte de la naturaleza de los partidos políticos en democracia es canalizar la expresión de determinados sectores sociales a los que inicialmente representa. Desde luego, cada partido no es homogéneo ni en su conducción, ni en la expresión de sus valores o políticas, por lo que estas diferencias, insalvables a veces, deben definirse mediante internas. Las PASO permitieron que dichas internas sean más transparentes, visibles, facilitando de ese modo la participación directa o indirecta de gran parte del electorado.
Pero la sociedad cambió, las instituciones más tradicionales perdieron fuerza, límites, condiciones y, por lo tanto, capacidad de representación. La curiosa volatilidad del electorado que venimos apreciando en los últimos años puede deberse a este fenómeno.
Pareciera como que la sociedad se ha corrido de cierto lugar dejando allí al sistema político dando manotazos en el aire. Sin dudas que hay que volver a discutir muchas cosas a nivel nacional, como son la propia Democracia, la naturaleza de los partidos políticos, la vieja “Educación Cívica”, las nuevas subjetividades (que va más allá de la perspectiva de género), etc., etc. Pero para dar estos debates no solo se necesita de la buena voluntad de la clase política, sino de una sociedad preparada, empapada de lo que se va a discutir. Los debates no solo se tienen que dar en recintos públicos, sino también en las escuelas, en la calle, en las casas. Solo así, y pasado un tiempo de maduración, se podrán sacar las conclusiones más válidas que permitan iniciar los cambios necesitados.
Los interrogantes que deja el proceso eleccionario que acabamos de vivir son parte de esta deuda que tenemos como sociedad ¿Qué clase de gobierno queremos? ¿Qué políticas públicas pretendemos que nuestros representantes ejecuten? ¿Qué Estado necesitamos o nos favorece en el conjunto? Por supuesto, las preguntas apuntan a una sociedad homogénea, sabiendo a estas alturas que dicha cosa no existe. Pero la Democracia trabaja con esta hipótesis cuando de elegir un Poder Ejecutivo se trata. En cambio, cuando se habla del Poder Legislativo, contamos con una fragmentación de gustos, valores u orientaciones que sí tiene su lugar en la ingeniería política.
Si en 2019 se vota a un Poder Ejecutivo de centro-izquierda populista y, acto seguido, dos años después, se cambia drásticamente a una alianza de centro-derecha neoliberal, nos encontramos con un problema acuciante para todo el sistema. Porque no se le puede pedir a un gobierno peronista que “acate la expresión de las urnas” cuando de desregulación financiera, libertad irrestricta de mercado y exclusión social se trata dicha expresión. ¿Qué parte de la “expresión de las urnas” puede tomar la administración de Alberto Fernández? ¿Puede seguir su gestión como si nada? ¿Debe adoptar un programa macrista de gobierno? Los números finales de estas elecciones parecieran ser más un llamado de atención para la clase política, que una carrera para ver quién es mejor leyendo entrelíneas los resultados. No se trata de ver lo que la sociedad quiere del Estado o de distintas instituciones, por ejemplo, sino que el fenómeno que acaba de suceder puede pensarse como un llamado para que la sociedad sea mirada en su conjunto y reinterpretada con urgencia. La clase política necesita actualizarse y solo cuando eso pase, cuando se obtengan nuevas herramientas para pensar el mundo que se nos presenta postpandemia, solo ahí quizás se consiga una estabilidad tan necesaria como lejana es en el presente.
Esta mirada no excluye, desde luego, las directrices con las que el Estado se maneja desde sus comienzos, que es la articulación de los resortes de la sociedad, la estabilidad, el desarrollo y la promoción social, en todos sus niveles y momentos. Como siempre, en la base de cualquier análisis no puede faltar la mirada sobre la enorme desigualdad en la que nos encontramos, en donde el Estado es responsable directo, pero también una sociedad fuertemente polarizada, que ha perdido ciertos fundamentos que antaño le sirvieron de base; en donde la calidad educativa y de salud ha sufrido un retroceso importante y esto ha derivado en una pobreza y marginalidad extrema, irreversible en muchos puntos.
Ahora bien, ninguno de estos problemas puede resolverse solo con leyes, decretos o políticas formuladas a la marchanta, para salvar un traspié. Ningún tema de esta índole puede sortearse sin planificación a largo plazo, situación para lo cual se requiere de conocimientos específicos, saberes técnicos y acuerdos, innumerables acuerdos que hoy parecen imposibles de realizarse, en referentes que están más pendientes de la tribuna y de sus pequeños grupos de pertenencia, que de una visión de futuro inclusiva, participativa e igualitaria.
Si planificar es crear futuro, quizás de ahí tengamos la respuesta de la carencia de utopías, programas de mediano y largo plazo y proyectos realistas en los discursos de los distintos candidatos y referentes que hemos visto en estos últimos meses. Planificar el futuro de una ciudad, una provincia, un país, exige pensar, trabajar en conjunto y fundamentalmente dar participación a otros, incluso a aquellos con los que no comparto nada. Pero el poder subyuga tanto a veces, al punto de crear en él micromundos en donde sus principales actores pululan sordos de sentido común, quedando alejados del contacto social real.
Al complejo entramado que toda esta reconfiguración política y social nos plantea, nuestra provincia, Entre Ríos, de a poco parece enfrentarse al monstruo más temido: la llegada estridente de Juntos por el Cambio a su territorio. Por supuesto, nada hubiese sido posible sin la ayuda de su socio local, el radicalismo, que trabaja incansablemente para metas que no comparte del todo y que sabe, desde siempre, que no lo tendrán de protagonista.
El bipartidismo de manual que se venía jugando desde 1983 ahora se ha trastocado. El espacio de la UCR se ha vuelto casi amarillo, ha cambiado sus siglas, y eso representa en la práctica una modificación de las expectativas o valores de una parte importante del electorado. Es lógico que en ese renovado espacio también se alojan banderas tradicionales del radicalismo como son la transparencia, el respeto a las instituciones, las convicciones democráticas, etc. Pero en esta nueva dinámica social, el macrismo ha rellenado su parte de nuevas “esperanzas”, que responden más a formas o modos distintos de pensar la gestión, los discursos, la estética, cierta idea difusa de la Justicia, una mirada intensa puesta en el “campo” y en un “cambio” sin explicación, sin resolución, digamos, “un cambio por el cambio mismo”.
Nuestra provincia tiene sus propios debates pendientes desde hace años, quizás décadas, y ninguno de ellos fue tratado con hondura en las ¿plataformas? de campaña o en las distintas alocuciones proselitistas. La administración del Estado; su sistema previsional; políticas medioambientales de cuidado y preservación; el lugar de la juventud; la creación de puestos de trabajo genuinos; etc. Puntales de estos debates pueden ser, por ejemplo, un reclamo de transparencia genuino de parte de la sociedad hacia sus representantes. La paulatina pero necesaria incorporación de nuevas tecnologías, redes sociales e inteligencia artificial a la vida ciudadana. Por otro lado, en una provincia en donde predomina la agricultura como actividad económica, se tiene como contrapartida la desmedida deforestación de los campos, la inutilización de muchos de ellos y una contaminación química flagrante, que no solo daña el ecosistema de modo irreversible, sino que también enferma y provoca la muerte de personas, lo que requiere de políticas activas y concretas en el corto plazo. En el caso de la juventud, necesitamos un plan estratégico de largo plazo, pues el potencial de las nuevas generaciones sigue siendo enorme, no solo por las formas de comprender e interpretar el mundo que traen éstas, casi desde el nacimiento, sino que Entre Ríos cuenta además con una educación pública que, aun con todas sus falencias, es un piso que puede complementar muy bien y brindar así recursos humanos de calidad constantemente.
Desde luego, la generación de puestos de trabajo bien remunerados y de calidad, seguros y sustentables, requiere especial y urgente atención. Ni Entre Ríos, ni la Argentina, ni los países más desarrollados pueden obviar este debate. Forma parte de las grandes preocupaciones de la humanidad hoy en día. La cuestión es que hay que arrancar a esbozar ideas, hipótesis, alternativas y no esperar a que esto se imponga desde Buenos Aires, o bien que sea una crisis la que, como siempre, determine alocadamente un rumbo o un camino. Contamos con recursos y riquezas para realizar esa planificación. Innumerables emprendimientos y emprendedores esperan su lugar en la agenda colectiva. Pero es la clase política, la actual y la que quiere serlo, la que tiene que formarse para llevar adelante estas cuestiones e impulsar un destino en común. Desde luego, primará una perspectiva del mundo sobre la otra, más popular o más individualista por ejemplo, pero será la sociedad, y no uno o dos “iluminados”, los que elijan su futuro.
Todo esto, que parece muy sencillo, no solo requiere tiempo y militancia en todos los sentidos, en todos los niveles, sino una maduración en los sistemas de ideas que rigen la comunidad. Por lo pronto, parece muy difícil que en el corto plazo se logren avances en ese sentido. Vivimos la era del fin de los caudillismos, de las miradas toscas y hasta violentas sobre los otros y, principalmente, sobre los que mas cerca están. Dejar esas posiciones lleva tiempo y provoca resistencias. La representación ya no está fijada en una sola figura, no solo porque los sujetos también quieren hablar y expresarse tal como ese que está ahí arriba, sino porque los discursos esencialistas que antaño conmovían ahora deben adaptarse a contextos y encuadres realistas y, por lo tanto, la capacidad de convencer y conmover se vuelve más compleja, más empinada. En definitiva y en buena hora, para pesar de publicistas y especialistas de marketing político, el discurso y la imagen pasaron a formar parte residual de lo que el ciudadano necesita para llenarse, o bien para intervenir activamente.
Todavía no hay lenguaje para definir el modo en que la participación ciudadana puede darse. Estamos en épocas de exploración, de búsqueda. En ese marco, los pronósticos fallan diariamente y las recetas no consiguen los resultados esperados. Sentar a personas a escuchar por horas la perorata densa de un candidato en una sala, presencial o virtualmente, no es el camino más adecuado. Tampoco lo es la catarsis plena que a veces se genera en estas instancias. Apuntar solo a las nuevas generaciones, obviando al resto, no solo es ofensivo sino también maniqueo y degradante. Los nuevos líderes no saldrán del coucheo pleno, ni de la exacerbación altisonante de un vía crucis popular. Todo eso ya fracasó. Tal vez emanen de aquellos lugares a donde se ha aprendido desde el vamos a esperar, observar y escuchar, siempre escuchar.
La nueva clase política que se necesita, que en Entre Ríos tiene que surgir, debe tener en cuenta algunas de estas cuestiones, pero más que nada, y por sobre todo, adquirir una sensibilidad diferente, poco estudiada, apenas catalogada, que quizás debe hacerse en el camino, pero que hasta ahora, al menos en la superficie, no puede verse.
El desembarco del frigerismo y una base apreciable de adherentes y votantes, pone al peronismo local a salir de la cómoda modorra en la que se encontraba. Se despierta en un mundo nuevo, que quizás ya no puede controlar en los puntos que tiempo atrás le significaban réditos electorales. No hay liderazgos ordenadores ni una mística militante que alguna vez pobló enfervorizada las calles de la provincia. La figura de Cristina Fernández sigue enamorando a las bases, siendo su causa o faro de alguna manera, pero crea discordia o recelo en sus referentes más inmediatos, que lidian todo el tiempo con sus propios intereses y con los de sus seguidores. De cara al 2023, solo queda un aceitado aparato que se activa con fuerza en cada momento eleccionario, aunque todos ya saben que, con eso solo, después de estas elecciones, no alcanza.
Fuente: Página Política