
La llegada de Alberto Fernández a Entre Ríos se da en un escenario similar al de 2015 cuando por estas pampas Daniel Scioli era el candidato de la continuidad. Aquel escenario puede ser trasladable al actual en lo competitivo, pero el contexto y sus circunstancias son muy distintos. El motonauta no era el candidato, sino que el candidato era “el proyecto”. La custodia estaba en manos de Carlos Zannini, compañero de fórmula.
Scioli era, también, el candidato del Estado y el PJ que veían en él un modelo similar al de Macri para pelear de igual a igual y mantener el poder en una competencia en que el capital de la oposición era el agotamiento a lo establecido. Sergio Massa experimentó algo parecido por afuera de la estructura.
Fernández es el candidato de la unidad. Viene a representar la fuerza más competitiva de la oposición en el que confluyen organizaciones sociales y políticas que hace cuatro años estaban en otro lado. Desperdigadas. Victoria Donda, Pino Solanas y Juan Grabois, por caso, son algunas fugas de la raquítica avenida del medio. La consigna no es “vamos a volver”, slogan que prefiere evitar el ex jefe de gabinete y que ha reformulado en el hastag “volver y ser mejores”.
El kirchnerismo había esmerilado a Scioli durante buena parte de su gestión y el proceso electoral. Entre Ríos había sido sede en 2013 de un encuentro que reunió a todos los gobernadores peronistas de entonces, excepto el de Buenos Aires. El acto cerró con Sergio Urribarri, que se había convertido en uno de los voceros de Cristina Kirchner, diciendo que “en el peronismo no se puede gritar en un lado y poner los huevos en otro”. El destinatario era el bonaerense, quien meses después iba a ser tentado de pasarse al frente anti k.
En esta provincia las definiciones sobre Scioli llegaron en la instancia de ballotage, cuando el riesgo de perder había atragantado a peronistas y ajenos. Incluso con el agua al cuello el kirchnerismo votó tapándose la nariz. Las crónicas proselitistas de entonces no dejan otra sensación de que había un apoyo “a lo que hay”.
El ejemplo más palpable de ese cuadro se puede observar en la solicitada que firmaron artistas entrerrianos. Se explicitó “la defensa” de las políticas públicas en torno a la cultura. Scioli había recibido el apoyo de Los Pimpinelas y Ricardo Montaner. La pluma de ese documento era desesperada. No estaban allí exacerbados los dotes ni el perfil de Scioli, sino la advertencia de un futuro que inexorablemente sería áspero.
La primera visita de Fernández como candidato, este martes, se vio expresada de otra manera en sus seguidores. Se lo calificó de “cuadrazo” y se subrayó la idea de un hombre de Estado dispuesto a ponerse frente a los periodistas y responder sobre los temas más complicados de explicar y entender. No reniega de las durísimas críticas a quien lo puso ahí, pero a la vez carga contra el sistema financiero por el que se fugan millones de dólares. Una mixtura de lo que se lo propuso hace un año: Con Cristina sola no alcanza y sin ella tampoco. Fernández deja definiciones políticas para que sus seguidores puedan imprimir en un flyer. Dijo en el Centro Provincial de Convecciones: “Critico a Macri y me contesta el Fondo, nada más que decir”. Como la ex presidenta, su relevancia pública fue motivo de triunfos, derrotas, desaciertos y tragedias en torno a la política. Quizás eso explique la permanencia en esa esfera, a diferencia de Scioli, cuya buena parte de su vida se desarrolló en un deporte de elite.
Un sector del peronismo vio en el triunfo de Macri el fin del kirchnerismo. Pasaron cuatro años y es posible que ese sector siga pensando que la reelección del Presidente acierte con el teorema. Fernández no es el candidato del peronismo y el kirchnerismo. Es el candidato que promete futuro, pero tomando como punto de partida recuperar una parte del pasado.