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La gente que le sobra a la utopía de 1910

“Más de cien años” dice Milei cuando fecha el origen de la pesadilla nacional. Refiere, más, menos, a 1912, cuando se sancionó la ley Sáenz Peña del voto secreto y obligatorio. Fue a partir de entonces que la conducción del Estado pasó a ser asunto de la soberanía popular. Más de cien años y dos escenarios: un juego de espejos, sujetos y demandas en dos planos; un devenir de derechos conquistados, derechos que a veces son letra muerta.
Luz Alcain
Por: Luz Alcain
@luzalcain

Se ha dicho que para las fuerzas de derecha es más fácil hacer política, vender un mundo posible. Sobre todo si se parte de realidades duras como las que vivimos. Se trata, simplemente, de constatar lo que sucede, así sin más. Basta eso, a veces, para derrumbar, una por una, las consignas que pretendan imaginar otros horizontes.

“¿Ves que no tenés derechos? ¿O si? ¿Ves que no es cierto un horizonte de equidad? ¿Ves que es falacia de la casta?”, se repite. Hacer política convocando a la igualdad supone el esfuerzo de convencer, de convocar y prometer una realidad otra, distinta a la que se sufre. O no prometer casi nada, como el peronismo en octubre.

El gobierno de Javier Milei instala la utopía en el pasado, en la Argentina del centenario. El “granero del mundo”, el de relaciones carnales con Gran Bretaña, el país de la pampa surcada por los trenes: del campo al puerto, del puerto a Europa. Y que el modelo derrame libras esterlinas cuanto convenga. Siempre sería suficiente para la Argentina de entonces.

Ese país fue pensado bastante antes de plasmarse en la tierra y en las instituciones. Lo planearon Sarmiento, Alberdi, Mitre; lo fueron llevando a cabo los hombres de la generación del ‘80 que tiene en Julio Argentino Roca a su figura, venerada por Milei. Y por Mauricio Macri. Esa Argentina se pensó con inmigrantes, descartando al indio y al gaucho a los que se iba desplazando, desalojando, corriendo hacia el sur. Cada pedazo de tierra ganado a “la barbarie” paría una nueva saga de terratenientes. Faltaba todavía para que el modelo mostrara su agotamiento.

En aquel país los inmigrantes no votaban. Las mujeres y los indios tampoco. El fraude era la regla y la utopía funcionaba, aunque amenazada cada tanto por la protesta anarquista de italianos, españoles, rusos, alemanes que se apretujaban en los hoteles de mala muerte en torno al puerto de Buenos Aires, a la espera de una colonia en la que completar el sueño de “hacerse la América”.

Vino la Ley Sáenz Peña, el voto secreto y obligatorio, la integración dificultosa pero integración al fin de las familias inmigrantes en el suelo nacional, en torno al proyecto radical que encarnó Hipólito Yrigoyen.

Vino después el trabajo urbano, la industria liviana, el obrero de fábrica que en la Argentina nació con ADN primordialmente peronista. Vinieron los sindicatos, la integración de los trabajadores a la vida ciudadana, la conformación de un sujeto político nuevo, con los pies en la fuente.

El Siglo XX, el de Yrigoyen, el de Perón, es el de las vacaciones pagas, el aguinaldo, la jornada de ocho horas. Sangre, sudor y lágrimas dar el cuerpo a cambio de un salario escaso; sangre, sudor y lágrimas conquistar cada derecho que en la Argentina de hoy se bastardea en nombre de su condición de letra muerta. “¿Ves? ¿Ves que no hay derechos? ¿Ves que los derechos se pagan? ¿Ves que derechos solo tiene la casta?”, se repite.

Milei planta la utopía en el centenario de la República. Esa Argentina de pocos celebraba el centenario de la Primera Junta, en medio de un estado de sitio para evitar que la protesta inmigrante empañara las fiestas patrias.

El Presidente ubica la utopía en el tiempo pasado. En la Argentina de la Constitución de Alberdi, esa que todavía no tenía escrito el 14 bis para consagrar los derechos laborales y sociales garantizados por el Estado. Ni tampoco tenía un artículo 75º, inciso 22, para darle rango constitucional a los tratados internacionales de Derechos Humanos.

La utopía, más de 100 años atrás. Y un DNU que pretende hacer desvanecer de un plumazo la historia de avances, conquistas, derrotas y memorias del devenir argentino a lo largo del Siglo XX. La utopía del centenario. Un mundo al que le sobra gente. Gente que vota como quien apuesta. Vota y prueba con lo desconocido. Vota, insiste, decidida a vivir mejor.

Fuente: Página Política
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