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Reforma política

Cuando Entre Ríos tuvo lemas

La alternativa de una ley de lemas para salvar la interna y el gobierno para el PJ, que fue evaluada por sectores del kirchnerismo, no cayó bien en el oficialismo. No porque no los seduzca, sino porque temen quedar pegados a la idea de un retroceso hacia un sistema que distorsiona la voluntad popular. Pero el peronismo ya hizo eso en la provincia.
Pablo Bizai
Por: Pablo Bizai
pablobizai@gmail.com

La ley de lemas permite a un partido resolver su interna en la elección general. En lugar de hacer una interna previa, los distintos candidatos de un mismo partido o alianza (lema) se presentan directamente a la elección general como sublemas. En el escrutinio, todo lo que juntó cada lista interna (sublema) se suma a la que obtuvo más votos dentro del lema (partido o alianza).

Es una interna que se resuelve en la general y que, al desarrollarse en un mismo acto, asegura el cumplimiento de la segunda parte del conocido apotegma peronista: el que pierde acompaña. Obligadamente, sin posibilidad de ninguna fuga, cada uno de los votos de los candidatos que perdieron la interna van al que la ganó.

Por eso atrae al peronismo, fracturado hoy entre bordetismo y urribarrismo o, si se prefiere, entre peronistas “racionales” y kirchneristas. Con una ley de lemas no se repetiría lo que pasó en 2017, cuando el voto del kirchnerismo más “puro”, que juntaron en la interna las listas de Jorge Barreto y Claudia Vallori no se volcó después en la general en apoyo a la lista que avaló el gobernador Bordet, con el respaldo de sus antecesores Sergio Urribarri y Jorge Busti.

Lemas no

Se supone que todos los sublemas son parte de un mismo proyecto político, de un partido: por algo son peronistas, radicales, macristas o socialistas. Lo que se define en la elección es la persona que lleva esa bandera, que es la misma. Se supone.

Se supone que quien vota en una interna por una de las listas de un partido, luego en la general votará a ese mismo partido, sea quien fuere el que gane esa interna. Se supone.

Pero los partidos, en su extendida crisis de representación, están lejos de contener a un conjunto homogéneo y coherente de ideas que aportan a un proyecto colectivo. A veces hay más diferencias entre candidatos de una interna que entre candidatos de distintos partidos.

Y el electorado, bien lo sabe Durán Barba, es cada vez menos cautivo. La mayoría se ha emancipado de las tradiciones políticas que en el pasado orientaban su voto.

Y, por si quedaran dudas, la historia ha demostrado que los lemas pueden distorsionar la voluntad popular. Como lo ha evidenciado la experiencia santafesina en forma reiterada:

En 1991 el radical Horacio Usandizaga fue el candidato a la gobernación más votado, pero Carlos Reutemann se quedó con el gobierno porque la suma de los sublemas justicialistas tenía más votos que los radicales. En 1995 volvió a ser Usandizaga el más votado, pero el justicialista Jorge Obeid se alzó con la gobernación por idéntico motivo. Y en 2003 el socialista Hermes Binner fue quien más sufragios reunió, pero Obeid fue gobernador gracias a la suma de los sublemas peronistas.

Obeid derogó los lemas en 2004. Y el peronismo ya no volvió a gobernar Santa Fe.

Distorsión

Los lemas, queda claro, pueden desvirtuar el voto popular. No obstante, en ese tan cuestionado sistema el elector está al menos avisado de que al elegir un sublema su voto puede que termine beneficiando a otro. Pero siempre será a otro sublema del mismo lema (partido o alianza).

Mirado así, el sistema de lemas genera una distorsión de la voluntad popular menor a la que se produce cuando legisladores que habían sido electos (en las elecciones generales) por una propuesta opositora terminan sumándose al bloque oficialista. Como pasó reiteradamente en Entre Ríos.

En la última década, el peronismo lo repitió en la provincia: fue dividido a las elecciones y luego se reunificó, para obtener en el poder una mayoría legislativa que no expresó la voluntad popular.
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Pasó en las elecciones de marzo de 2007, cuando el peronismo fue con dos propuestas a las elecciones provinciales: la Lista 100, que llevó la fórmula Julio Solanas-Enrique Cresto, enfrentó el PJ del entonces gobernador Jorge Busti, que había designado a Sergio Urribarri como sucesor.

La Lista 100 – se llamó Frente para la Victoria y la Justicia Social- metió cinco diputados: Hugo Berthet, Lidia Nogueira, Daniel Bescos, Rubén Adami y José Salim Jodor. Y un senador: Reynaldo Navarro (Tala). Tras el triunfo de Urribarri, todos acudieron presurosos en auxilio del vencedor. El único que resistió algún tiempo en la “oposición” fue Solanas.

Pasó también en las elecciones de 2011. Los diputados que habían sido electos en las listas del peronismo opositor (no kirchnerista) que propuso al electorado Busti, terminaron sumándose, sin más, a las filas del entonces gobernador Urribarri. Con ello le otorgaron una aplastante mayoría en la Cámara de Diputados que no reflejaba lo que se había votado en las elecciones.

De ese modo, en 2012 los diputados Diego Lara, Rosario Romero, Hugo Vásquez, Rubén Almará, Carlos Almada y Fabián Flores abandonaron a Busti y pasaron a votar junto al oficialismo, cuando habían sido electos para desempeñar un rol de oposición en la Legislatura.

En este período ha ocurrido algo similar, aunque a menor escala. Las elecciones de 2015 le dieron al gobierno de Gustavo Bordet una representación de ocho bancas en la Cámara de Senadores. Resultó empatado en igual número con los senadores de Cambiemos. La banca restante fue para el Frente Renovador, alineado nacionalmente con Sergio Massa.

Pero el senador por Villaguay, Mario Torres, que había sido electo por las listas del massismo, se sumó al bloque del Frente para la Victoria. Fue la consecuencia del movimiento que dio su jefe político, Adrián Fuertes, que de postularse como candidato a gobernador por el Frente Renovador (con Busti como compañero de fórmula) pasó a integrar el gabinete de Bordet como ministro de Turismo.

El cambio de opinión de Fuertes le dio a Bordet la tranquilidad de contar con mayoría en el Senado desde el inicio mismo de su mandato. Y al año siguiente, el alineamiento con el oficialismo de Héctor Blanco, el senador que había sido electo por Cambiemos le otorgó al Gobierno una mayoría ya más desahogada.
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El Frente para la Victoria ganó las elecciones en ocho de los 17 departamentos de la provincia. La vuelta del Fuertes al PJ le sumó un voto. Y la defección de Blanco le agregó otro.

En definitiva, del empate en ocho votos entre el FpV y Cambiemos que arrojó la voluntad popular del conjunto de los entrerrianos, el Senado pasó a ser controlado por el oficialismo en una proporción de 10 votos a siete.

Torres y Blanco, los dos senadores que fueron votados por un electorado opositor, pero resolvieron volverse oficialistas tienen algo en común: son peronistas que alguna vez estuvieron con Massa. En el caso de Blanco, terminó encontrando en Cambiemos el camino para acceder al Senado.
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El panorama se completa con el pase de más massistas al bloque del PJ, pero en este caso en la Cámara de Diputados. Los electos en las listas del Frente Renovador, Gustavo Zavallo y María Elena Tassistro, se sumaron no hace mucho al bloque que tras las elecciones de 2017 pasó a llamarse Frente Justicialista Somos Entre Ríos.

En estos últimos casos, los pases hicieron menos ruido, fueron menos brutales que los anteriores, porque ocurrieron luego de la reunificación peronista que se produjo para las elecciones del año pasado –de hecho Zavallo fue parte de la lista de Bordet, como candidato de Busti-. Pero eso no quita la deformación de fondo a la voluntad popular: en 2015 a Zavallo y Tassistro no se los votó para que se sumen al gobierno de Bordet.

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